"De llibres i paraigües no se'n tornen gaires", refrán popular catalán
("de libros y paraguas no se devuelven demasiados")
Jean Seberg
No me gusta prestar libros. Si lo hago, es una muestra de confianza para con esa persona. O sé, simplemente, que es alguien que trata a los libros con el mismo cuidado con que lo hago yo. Odio que la gente no me los devuelva o que lo haga en mal estado: esquinas dobladas, páginas manchadas y arrugadas, lomos desbocados... Sí, con mis libros soy muy maniática y puntillosa, sobretodo si me gustan mucho.
Una vez alguien me explicó la historia de una chica que, cuando viajaba, arrancaba las páginas de los libros a medida las iba leyendo. Así los libros no le ocupaban espacio en el equipaje. Lo encontré de un pragmatismo salvaje.
Cuando empezábamos a salir, le presté un libro a Id. Al cabo de unas semanas vi que lo llevaba en el coche, tirado por el suelo y con las puntas de las hojas dobladas. En ese instante estuve a punto de dejarla. Es broma, pero me molestó y se lo dije. Desde entonces cuida tan bien de mis libros como de sus cámaras.
Mi hermana pequeña es terrible con las cosas prestadas: o las estropea o acaba apoderándose de ellas y al cabo de unos meses afirma rotundamente que aquello "es suyo". Pues bien, me pidió prestado mi ejemplar de
Buenos días, tristeza de Françoise Sagan, y me temí lo peor. Por suerte al final lo encontró en la biblioteca en versión original y prefirió leérselo en francés. ¡Uf! suerte, le tengo un especial cariño a ese libro. Me lo compré cuando tenía 17 años de la forma más tonta.
Me gustó su portada, me intrigó su título y
el poema de Paul Éluard que encabeza la novela.
El libro me gustó como solo puede hacerlo una lectura a esa edad, cuando se lee como quien espera una revelación. Además me fascinaba -y a la vez me frustraba- que una chica de mi edad hubiera sido capaz de escribir un libro como ese (Françoise Sagan tenía 17-18 años cuando escribió Bonjour tristesse).
Luego descubrí que
la foto de la cubierta pertenecía a un fotograma de la
adaptación cinematográfica de la novela; y esa chica tan guapa, con el pelo a lo 'garçon', era una actriz americana que se llamaba
Jean Seberg. Cosas del azar, al cabo de unos meses, emitieron esa película en la tele y me gustó tanto como la novela.
La película hizo, que de rebote, quisiera ver
À bout de souffe y que después me interesara por la Nouvelle Vague y el cine francés.
Curiosamente una de mis citas preferidas de
Buenos días, tristeza aparece en el libro que me estoy leyendo ahora:
Qué hacer cuando en la pantalla aparece THE END, de Paula Bonet. Fue el libro que Id me regaló para Sant Jordi, con una dedicatoria de la misma autora incluida. ¡Me hizo muchísima ilusión!
Paula Bonet dedicándome su libro (foto: Id)
El libro es una pequeña obra de arte: las ilustraciones de
Paula Bonet son preciosas (me encanta todo lo que hace esta mujer), y sus 40 historias son una delicia. Incluso la manera de anotar las citas, al final del libro con pequeños dibujos, es original.
Olerlo, tocarlo, leerlo, observar con deleite sus ilustraciones, es todo un placer. El libro en sí, ya es un objeto bonito: da gusto verlo, tenerlo en la estanteria o sobre la mesa.
Y sí, evidentemente, este libro NO se lo voy a prestar a -casi- nadie (Id, ya sabes que tú eres la excepción que implica ese 'casi').
¿Os pasa lo mismo con vuestros los libros? ¿Y si no, que otra cosa no prestaríais jamás?