foto: Francesca Woodman
La cicatriz es la manera que tiene el cuerpo de decirnos "perdono pero no olvido". Es una señal que sigue ahí como recuerdo de una afrenta.
Antes no soportaba a la gente que se obstinaba en enseñarme sus cicatrices. Ahora me doy cuenta, perpleja, que me he convertido en una de ellos. Le pregunto a todo el mundo: "¿quieres ver mis cicatrices?" y me extasio ante sus caras de congoja y espanto. Exhibo mi cicatriz como un guerrero, con el orgullo de quien enseña su mejor trofeo, aún maravillada por la recuperación vertiginosa de mi dermis. Alrededor de esa línea indeleble, la piel parece adormecida, insensible, alguien diría que ofendida y agotada por tanto trabajo de reconstrucción. Tiene algo de piel en flor, como si un exceso de sensibilidad hubiera transformado ese paroxismo en un estado de insensibilidad nerviosa y turbadora. Cuando realizo según que movimientos, la cicatriz lanza un grito sordo en forma de punzada aguda para recordarme que sigue ahí, que todavía no puedo olvidarme de ella.
Mis sobrinos son los que más parecen disfrutar del espectáculo de la cicatriz. Su curiosidad vence cualquier reticencia. Un poco torcida y ligeramente elevada en los extremos recuerda a una sonrisa socarrona, así que les digo: "¿sabéis que ahora tengo una sonrisa dibujada bajo la barriga?" Y eso les hace sonreír cada vez que la ven.
Mi sobrina Boo me mira gravemente y me pregunta: "¿Ahora ya no podrás llevar nunca más biquini?" Por su expresión solemne intuyo que es un tema de suma importancia para ella. "¡Claro que podré llevar biquini! ¿No ves que la cicatriz está lo bastante abajo y de aquí al verano se habrá borrado un poquito más?" Respira aliviada; el bañador para ella es el peor de los pecados estéticos.
Mis sobrinos se hacen mayores. Este año hemos cagado el Tió sólo por mi sobrina pequeña de tres años porque el resto ya conocen la treta. Además casi todos saben la Verdad sobre los Reyes Magos (mi sobrino mayor es el que peor lo lleva, nos ha acusado a todos de mentirosos). La Navidad va perdiendo algo de esa magia infantil a mesura que mis sobrinos crecen.
Este año, Navidad y Sant Esteve han sido un poco descafeinados porque mis hermanas mayores y sobrinos no coincidieron juntos en ninguna comida por cosas del reparto familiar. A pesar de la decoración navideña, el pesebre y el árbol, la Navidad ha pasado como si fuera un domingo más. Mucha comida, algún juego de sobremesa y una tarde de modorra y aburrimiento. No sé, tal vez con todo lo de la operación este año no he encontrado la sintonía navideña.
Mañana vendrá Idgie a secuestrame durante unos días. Creo que me vendrá bien un cambio de aires, aunque todavía no tengo el cuerpo para trotes.