lunes, 16 de enero de 2017

En la ciudad de los sueños



Hoy es el "Blue Monday", el día más triste del año según una fórmula matemática -de dudosa base científica-, y hace mucho frío. Así que, parafraseando a Neruda, podría escribiros el post más triste esta noche, pero no lo haré porque desde el sábado vivo con las canciones y las imágenes de La La Land en mi cabeza.

Hacía años que no iba a un sesión matinal, y aprovechando el estreno de La Ciudad de las estrellas, el sábado por la mañana fuimos a los cines Verdi, y salí -literalmente- bailando y cantando del cine (sí, estoy así de pirada).


La película empieza fuerte. En un atasco en medio de una autopista, el director Damien Chazelle se atrevió a grabar un número musical ("Another day of sun") en plano secuencia. El resultado es deslumbrante; y todavía ahora sigo rompiéndome la cabeza para adivinar como logró ese prodigio. Un inicio de película que deja el listón muy alto, pero el film sigue y nunca decepciona.
Igual de vibrante es el número de la fiesta en la piscina, con esa explosión de color (los vestidos, el apartamento de Mia y sus amigas), y ese travelling giratorio dentro del agua. Luego, Ryan Gosling y Emma Stone bailando en las laderas de Hollywood a la luz de un atardecer precioso, o entre las estrellas de un planetario. O ese "City of Stars" que no puedo quitarme de la cabeza, silbado y susurrado por Gosling en un paseo por un muelle de Los Ángeles o ante las teclas de un piano.


Imposible que esta película no te haga volar, soñar, emocionar porque habla de soñadores, de personas apasionadas por lo que hacen, aunque la realización de esos sueños los una y también los separe.
Ryan Gosling y Emma Stone están fantásticos. Tal vez no canten ni bailen como las antiguas parejas míticas de Hollywood, pero sin duda tienen ese magnetismo y química en pantalla que aparece cada vez que se miran, se busca, o bailan.


La La Land hace referencia a la ciudad de Los Ángeles, esa ciudad de las estrellas que vive precisamente de anhelos, ilusiones y sueños. El material con que esta hecho el cine y también los musicales. Chazelle consigue modernizar el género llevándolo al terreno más íntimo de las relaciones amorosas, y hablándonos de lo difícil que puede ser equilibrar esos sueños con la realidad y la vida personal.
Chazelle busca "en estos días de oscuridad y cinismo, reconciliarnos con el romanticismo en la pantalla". La película tiene, pues, una vocación atemporal teñida también por un halo de nostalgia por lo que no pudo ser. Por suerte, la fantasía siempre está ahí para salvarnos con esa inolvidable escena final en un club con aires a Casablanca.
De hecho todo el film es un homenaje al cine musical (Stanley Donen, Vincente Minnelli, Gene Kelly...) a Rebelde sin causa, Casablanca o los musicales franceses de Jacques Demy (Los paraguas de Cherburgo, Las señoritas de Rochefort).

En mi blog anterior solía tener una sección -más o menos regular- titulada "momentos musicales de cine" en la que hablaba de mis números favoritos de películas musicales, sobretodo clásicas. Y es que cuando era pequeña -era una niña muy peculiar- me encantaban los musicales tipo "Bailando bajo la lluvia", "Sobrero de copa", "Un americano en París", "Melodías de Broadway", "Cita en St. Louis"... Y mi sueño era aprender a bailar claqué (ya os he dicho que era raruna...). Así que cuando conocí a Id me alucinó que ella también compartiera esa pasión infantil por las películas de Stanley Donen, Minnelli y de bailarines como Ginger Rogers, Fred Astaire, Gene Kelly...

En esos post casi siempre comentaba lo difícil que era elegir un solo número de cada una de mis películas musicales favoritas, y La La Land no va a ser la excepción. Pero para combatir el frío y la tristeza de este 'Lunes Azul', nada como una gloriosa mañana de sol bajo el cielo de California.

jueves, 12 de enero de 2017

Me llamo Scribbles, Sarah Scribbles


Después de las fiestas navideñas empieza -según mi parecer- el peor periodo del año. Esa extensión de días fríos, yermos, aburridos, oscuros, deprimentes... (¡vale, ya paro!) que se llama invierno. Los que hace tiempo que me leéis ya sabéis lo mucho que odio esta estación. Además los meteorólogos, con pérfido disfrute, hace días que anuncian una ola de frío polar para la próxima semana. ¡Qué horror! Suerte que no nací en Escandinavia...
Los meses de enero y febrero son los que más detesto; se me hacen laaargos, deprimentes... Intento no regodearme en la desgracia y la autocompasión -pero me cuesta-, y buscarle la parte positiva -si la hay- a esto.

Por lo menos he empezado el 2017 cumpliendo uno de mis propósitos de año nuevo: leer más. Incluso me he registrado a Goodreads y me he abierto un perfil para ir anotando mis lecturas y aquellos libros que tengo pendientes. Contagiada por el desafío lector de Tempesta he decidido hacer un 'challenge' de 20 libros en un año. De momento ya llevo dos libros leídos: Para que no te pierdas por el barrio, de mi admirado Patrick Modiano, y el libro que me regaló Id para Reyes, Crecer es un mito de Sarah Scribbles
El primero me gustó, como siempre lo hacen los libros de Modiano, aunque no está a la altura de en El café de la juventud perdida, o La hierba de las noches, para mí dos de su mejores libros.
El libro de Sarah Andersen me entusiasmó; ya sé que diréis que no es propiamente "un libro" pero me he reído tanto con sus tiras cómicas que no puedo más que super recomendarlo. Soy muy fan de sus dibujos desde hace tiempo. Me siento tan identificada con su personaje que muchas veces me parece que su Sarah soy yo; sobretodo en estas dos viñetas:




Mi regalo para Id también fue un libro, éste de Carrie Fisher que también me gustaría leer.

Y los Reyes, en casa de Id, también nos trajeron muchas cosas: una manta, una tostadora, una máquina para hacer raclette, y la noticia de un@ nuev@ sobrin@ que vendrá de París. Sí, su hermano será papá (a ver así mejora su carácter ¬¬) y eso significa que durante el verano nos tocará ir a París a conocerl@.



Los Reyes también nos regalaron dos entradas para ir a ver Scaramouche, el musical. Hacía tiempo que queríamos ir, así que fue un regalo que nos hizo mucha ilusión. Las entradas eran para el domingo; suerte que no teníamos ningún plan para ese día. Las localidades eran buenas, en la platea y en la novena fila. Nos gustó mucho: música en directo, buenos actores, acción, luchas con espadas... Vale, no se puede comparar con un musical de Broadway, y en algunos momentos tenía un cierto aire a Los Miserables, pero la función nos pasó volando. Cosa que no parece pasar con el invierno (sí, soy cansina como el invierno). 

Suerte que tenemos de la música, una fuente inagotable de placer revitalizador. Estos días estoy escuchando Telepatía, lo último de Lidia Damunt, un disco breve pero lleno de pequeñas joyas.